jueves, 8 de septiembre de 2016

Antonio Machín Grandes Cantantes de Boleros

Nacido en Cuba en 1903, Machín interpretó cerca de 2.000 temas. Antonio Machín llegó a España cuando los nazis se disponían a invadir su amado París. Corría entonces el año 39 y las caras negras que se veían a este lado de los Pirineos no debían de ser más de 10 o 12. Negritos, que se les llamaba, solo había en las huchas con las que los niños postulaban para las misiones.Salvo una minoría, que no era otra cosa que la excepción que confirmaba la regla, todo el mundo simpatizaba con ellos.





Antonio Machín - El manisero




En pocos años, Machín llegó a ser tan adorado como las reinas de la copla y demás géneros autóctonos. Se decía que cantaba con el corazón en los labios. Siempre moviendo sus maracas, éstas acabarían inspirando el lenguaje popular. Hombre de mundo y antiguo bon vivant, su elegancia era la que se estilaba en La Habana con anterioridad a la entrada de Fidel.




Próximo a cumplirse el 25 aniversario de su fallecimiento acaecido el 4 de agosto de 1977, el hombre que arrulló con sus boleros los amores de tres generaciones de españoles ha inspirado al periodista Eduardo Jover que fuera su yerno una biografía de inminente aparición. Se enmarca dicho texto dentro de un proyecto que también incluirá una película, un vídeo y DVD y un álbum recopilatorio de sus canciones más aplaudidas.








Machín, que en realidad era mulato, nació en Sagua la Grande (Villa Clara, Cuba), el 8 de febrero de 1903, aunque él acostumbraba a celebrar su cumpleaños el 17 de enero. Fueron sus padres un emigrante gallego,
José Lugo Padrón, y una negra cubana, Leoncia Machín. Su infancia, según declararía el artista a una periodista española en una de la muchas entrevistas recogidas por Jover, fue «bastante feliz dentro de lo que cabe: dentro de la posición de mi familia, que no eran ni muy ricos ni muy pobres».








Doña Leoncia alumbró alrededor de 15 vástagos el número exacto, al igual que la fecha de nacimiento del cantante, le ha sido imposible de dilucidar a su biógrafo . Los primeros hijos vinieron al mundo en la hacienda de la que su padre era dueño. «Pero Antonio se presentó en este mundo en un mal momento y con muy mala salud», apunta Jover. La Guerra de Independencia, puesta en marcha por los mambises bajo los norteamericanos, había acabado con la prosperidad familiar. «Un día prendieron fuego a la plantación no se sabe si los cubanos o los españoles con la cosecha ardieron los almacenes, los aperos, la casa,todo (..).
Sobre la vida desahogada y feliz de los Lugo Machín se cernió la sombra de la ruina». Ello no impidió que el artista siempre recordara a su madre, cuando no estaba embarazada,bailando.






No hay duda de que fue doña Leoncia a la que el artista quiso tanto como a su hija quien inculcó en el pequeño Antonio la pasión por la música. «A los siete años, mi madre me enseñó una canción, La tísica y me llevaron a un escenario donde tuve bastante éxito». En 1911, el párroco de Sagua le pone a cantar en su altar mayor. En cierta ocasión, con motivo de una fiesta benéfica, interpreta el Ave María de Schubert subido a una silla: se gana el aplauso de toda la población. Acaso consciente de que la única redención posible para los negros es
la música, olvida sus sueños infantiles, en los que se veía abogado o ingeniero y,adolescente aún, está decidido a ser cantante.



Aprendiz de todo y oficial de nada, pasa de hacer recados a ayudar en una sastrería, pero él prefiere hacerle el yeso a un maestro albañil. Mientras se entrega a ambas ocupaciones, sigue soñando con la canción. Llega a escaparse hasta tres veces con los músicos ambulantes que pasan por su ciudad camino de La Habana. 






Cuando está en Sagua canta por las propinas y requiebra a las muchachas con sus canciones. «Uno tuvo su encanto, chica, no vayas a creer que fui siempre tan viejo», recordaría con el correr del tiempo a su hija. «Además, ya sabes cómo es Cuba, con ese aire, y ese calor, y eso olores, y el aroma de las mariposas»...Cuando
Machín cumple 20 años, su mayor deseo es cantar ópera. Aunque no tarda en comprender la imposibilidad de su anhelo siendo negro, su repertorio quedaría reducido a Otelo , estudia bel canto.



Llega el cantante a La Habana en 1926 e, inmediatamente, se pone a ofrecerse a los tríos de músicos que actúan en los cafetines para hacer la segunda voz. Como nadie le conoce, no consigue meter la cabeza en aquel mundillo. Lejos de arredrarse ante la adversidad, comienza a buscar trabajos en edificios en construcción.






En uno de ellos da con un capataz sevillano que simpatiza con él. José Martínez, el andaluz en cuestión, en palabras de Jover, habría de ser para Machín «una especie de ángel tutelar (...).Es curioso comprobar los vínculos que ya desde entonces, y sin conocer todavía la ciudad andaluza, Machín tuvo con Sevilla». Muchos años después (1943), el cantante se casaría con una cordobesa afincada allí.



Aún albañil en La Habana, cuando acaban en el tajo, Antonio y José, todo un noctámbulo, frecuentan los cafetines, tabernas y quioscos de la ciudad. El sevillano, un figura en dichos ambientes, introduce en ellos a Machín. Más aún, el día que el artista le dice que quiere dejar la espátula para cantar, es Martínez quien le presenta a un amigo guitarrista Miguel Zaballa , «la mejor voz de segundo de la trova cubana», quien no dudó en asociarse con Machín. La reputación del dúo fue creciendo entre los señores, cuyas fiestas animaban.





Pero el destino del artista estaba en una emisora a la que acudió a cantar. Allí coincidiría con Don Azpiazu, en opinión de Jover, «el hombre que iba a cambiar su vida catapultándolo vertiginosamente hacia el éxito, la fama y el dinero».



Era Azpiazu el director de la Orquesta del Casino Nacional de La Habana. Fascinado con la voz de Machín, lo contrató como segundo cantante. Pese al puesto y pese a que por aquel entonces la sala era más racista que el Cotton Club los negros ni siquiera podían entrar a trabajar , Antonio no tardaría en medrar. Además de ser la primera voz de color que animó el Casino, supo ganarse a su público hasta el punto de que a las pocas semanas, ya cobraba la fortuna de diez dólares al día. 






Corría el año 29 y fue entonces cuando al artista se le
ofreció el primer contrato para venir a España. Parece ser que Machín declinó la oferta por discrepancias con Zaballa y prefirió partir a Nueva York.



Cuando el cantante llegó a ella, la ciudad de los rascacielos vivía las postrimerías de lo que Scott Fitzgerald fue a llamar «la era del jazz». Empezaba el año 30 y el crack que meses antes asolara Wall Street seguía causando estragos. 



Quizá por ello, el 26 de abril, el artista fue tan bien recibido en su presentación en el Palace de Broadway. Recuerda Jover que «Antonio Machín decía y así consta en más de una entrevista que jamás tuvo problemas de racismo en Norteamérica, porque hablaba español y los negros hispanos no estaban mal vistosentonces». 
Máxime si sus canciones se convertían en un fenómeno social capaz de hacer olvidar la deprimente realidad económica.



Ése fue exactamente el caso de El manisero, primera grabación cubana de Machín, que, en su versión norteamericana para la RCA, vendió más de un millón de discos. Es de entonces de cuando se conserva el primer recuerdo nítido de sus maracas.






Sostienen muchos de sus admiradores que los años que siguieron, junto con los 15 primeros de su etapa española, musicalmente hablando, fueron los mejores. Con el cuarteto, el sexteto o el septeto, bien con su propia orquesta o bien con la de Azpiazu, las grabaciones se suceden. Piezas de entonces son Aquellos ojos verdes, A chapear nos manda el mayoral, Mamá Inés, Reina guajira,
Mamá, yo quiero un yoyo, A Baracoa me voy... Jover mantiene que ni Bing Crosby grabó tantas canciones en aquel tiempo.



Pedro Heredia, el primer biógrafo de Machín, estima que el cantante abandonó Nueva York en 1935, para seguir los pasos a Delita, la bailarina que le inspiraba en aquel tiempo. Sin embargo, habida cuenta de que cuando Delita regresó a La Habana, Antonio se vino a Europa, Jover sugiere que pudieron ser los disturbios raciales desatados en Harlem aquel año los que hicieron que el vocalista cruzara el Atlántico. El recuerdo que guardaba del viejo continente era el de la tolerancia racial de París, ciudad que visitara en el 34 junto a
la orquesta de Don Azpiazu.








El primer destino de su segunda visita a Europa fue Londres.Un contrato para actuar en el teatro Adelphya le llevó a la capital inglesa. Su espectáculo de entonces, La vida empieza a las 8.40 conquistó a los londinenses, pero el artista ya estaba resuelto a instalarse en París.



Olvidada Delita, el cantante se enamoró de una francesa, Line.Con ella y con su orquesta realizaría una gira por Suecia. Estuvo a punto de instalarse en Estocolmo, pero el frío le hizo volver a París. De nuevo en la Ciudad de la Luz, el artista frecuenta la bohemia de Montmatre. Fue aquel un periodo del que nunca quiso hablar. La guerra habría de ponerle punto final.








«Siempre soñé con la tierra de mi padre (...). De pequeño, le oía con frecuencia contar las bellezas de los paisajes gallegos», declaró el artista. Aunque vino con el propósito de quedarse únicamente mientras durara la guerra, para volver con la paz a París, el amor que le inspiró España fue inmediato: «Decidí venir a esta bendita tierra en tan buena hora que aquí lo hallé todo».



Su primera actuación española tuvo lugar en Barcelona. Cataluña, junto con Sevilla, fueron sus lugares preferidos de nuestra geografía, pero cantó una y otra vez en todas las plazas. «En todas partes encontré y encuentro aplausos que nunca agradeceré bastante». Temas como Dos gardenias, Somos, Madrecita o Angelitos negros fueron a dar alegría al proverbial aburrimiento de la España franquista.








Muy probablemente, fue el primer negro que protagonizó un matrimonio interracial en este país. María de los Ángeles Rodríguez, su mujer, hizo de él un hombre hogareño: acabó viviendo en España más que en ningún otro lugar. Ya al final de sus días, mientras sus boleros empezaban a dejarse de escuchar, pudo ver cómo se le convertía en un rey del camp nacional.



Está enterrado en la Sevilla que tanto amó.



Antonio Machin vuelve a estar de moda con una biografía, una película y un disco. En realidad, el artista que con sus boleros tanto contribuyó a la natalidad española en los 60, ha seguido vivo 25 años después de su muerte. Su voz le salía del corazón desde que su madre le enseñó «La Tísica»




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