Barbarito Diez Junco nació el 4 de Diciembre de 1909 en el extinto Ingenio San Rafael de Jorrín, Bolondrón, término municipal de Matanzas, en el hogar de Eugenio Diez y Salustiana Junco.
En 1913 se radicó en Manatí junto a su familia que servía al primer administrador del ingenio, Don Miguel Diez de Ulzurrún Marqués de Aguayo. Allí su padre trabajó como obrero agrícola y la madre como partera.
Barbarito Diez
En Manatí, mientras cursaba los primeros estudios, la maestra descubrió su voz privilegiada, desde ese momento sirvió de guía cuando se interpretaba el himno nacional.
En la casa cantaba todo el día y se aficionó por las canciones de Miguel Matamoros. En la soledad del baño iba moldeando su voz que se atemperaba con el paso del tiempo, era entonces cuando algún vecino lo escuchaba y se corría la voz: “el negrito de Salú está cantando”, un numeroso grupo de personas se acercaban a deleitarse con su cantar.
Muy joven comprendió la necesidad de ayudar a su familia. Quiso ser sastre, pero a su padre no le agradó. A la muerte de éste, con solo 15 años, comienza a trabajar en el taller de maquinado del central, por una gestión de su hermano mayor, llegando a desempeñarse como mecánico en los periodos de zafra.
Cantaba en reuniones familiares y junto a los amigos dando serenatas, lo que le granjeó cierto reconocimiento a su talento.
Para esta época llegó a Manatí –por motivos familiares- el guitarrista mansanillero Carlos Benedelli de reco-nocida autoridad en el ámbito de la música. Fue la primera persona que validó la calidad vocal de Barbarito, lo que sin dudas influyó en su autoestima.
Su debut como cantante ocurre en una actividad que Benedelli organiza en el teatro del pueblo durante su visita; recordando este hecho dice Barbarito: “allí , con el pueblo de Manatí delante, temblé y sentí miedo, pero canté y la reacción del pueblo fue la mejor, y yo me sentí felíz”… Esta actuación se repite en el teatro del Puerto de Manatí con el mismo éxito.
Como todo muchacho criado en un pequeño pueblo del interior del país tenía un enorme deseo: conocer la capital de la que tanto había escuchado hablar, su grandiosidad, pero sobre todo su vida cultural.
Al terminar la zafra de 1928 hizo el primer viaje a La Habana y regresó para realizar la de 1929. En 1930 decide radicarse definitivamente en La Habana. A su llegada, el 11 de Mayo de 1930, no tenía ningún trabajo asegurado, sólo pensaba en abrirse paso en aquella ciudad que lo había deslumbrado desde la primera visita, pero donde nunca imaginó que triunfaría como cantante.
Como le gustaba la música empezó a recorrer los lugares donde ensayaban los sextetos, agrupaciones de moda en aquel entonces. Alberto Rivera, un amigo que había conocido en su primer viaje, lo llevó a la calle Vapor No 7 esquina a Hornos, lugar donde ensayaba el Sexteto Matancero de Graciano Gómez y lo presentó como cantante.
Acompañado por el sexteto cantó el bolero Olvido de Miguel Matamoros. De esto cuenta Graciano: “Un día Albertico, que era asiduo a los ensayos, me presentó a un hombre muy joven y muy serio y me dijo que cantaba, le pedí que lo hiciera, yo estaba buscando una voz prima pero no le dije nada, y el cantó.
La voz de aquel joven no necesitaba de micrófono, cantó así como siempre lo hemos visto, sin apenas moverse, al día siguiente lo convencí para que se quedara en el trío, a esta invitación Barbarito respondió: Yo no sé tocar las claves, ni maracas, ni mucho menos guitarra; pero a mí lo que me interesaba era un cantante y por casualidad, ese día, encontré al mejor”.
En efecto, Barbarito nunca aprendió los fundamentos del arte musical, pero demostró ser uno de los más afinados y consecuentes intérpretes.
Aceptó la propuesta de Graciano con la condición de volver a su trabajo en el central para fines de año. Graciano e Isaac Oviedo lo convencieron de quedarse alegando, que en Navidad y Fin de Año era cuando más trabajo había, él accedió.
El grupo cambiaba de formato de según la demanda del momento. Barbarito, como voz prima, no sólo se limitó al trío sino que cantaba en cualquiera de ellos. Hay que destacar que el trío fue lo que más repercutió y estaba formado además por Graciano en la guitarra e Isaac Oviedo en el tres. Así hizo su debut profesional cantando sones, boleros, guarachas, pregones… solo tenía 21 años.
En el Café Vista Alegre se relacionó con importantes figuras de la música cubana, Antonio María Romeu, Eduardo Robreño, Sindo Garay, Gonzalo Roig y otros.
Al ser presentado a Romeu (1936) éste se asombró de su buena voz y medida musical. Robreño propone que comience a cantar en la orquesta de Romeu sin abandonar el trío y, en 1937, pasa a ser el cantante principal de dicha agrupación sin romper sus anteriores vínculos. Importantes agrupaciones de la época, como la orquesta Siglo XX y la de Frank Emilo, tuvieron también el privilegio de acompañarlo.
A partir de la unión de Romeu y Barbarito, se inició una nueva etapa en la música cubana. Se hizo posible que las obras de Caignet, Sindo Garay, Lecuona, los Hermanos Grenet… fueran herencia asentada en la memoria musical de los cubanos.
Con el fallecimiento de Romeu, la orquesta pasa a ser dirigida por su hijo y Barbarito. Cuando el primero se jubila, la agrupación adopta el nombre de Orquesta de Barbarito Diez.
En 1937 reliza su primera grabación con la orquesta de Romeu: Dime que me amas, de María Teresa Vera y Volví a querer, de Mario Blanco. Su discografía cuenta con más de 20 placas de larga duración.
Con su arte, pleno de innata cubanía, recorrió varios países: República Dominicana, Puerto Rico, Estados Unidos y Venezuela, donde se convirtió en un ídolo de multitudes. No era extraño que en los Hit Parades el Monarca del Danzón dejara atrás a Barbra Streisand, Danna Summer y Andy Gibb.
Después de recibir la jubilación continuó cantando, sólo la pérdida de su salud lo apartó del escenario. Con una trayectoria de 58 años, al fallecer el 6 de Mayo de 1995, contaba con las distinciones Por la Cultura Nacional Raúl Gómez García, además de la Medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela de Primer Grado entre otros muchos galardones, reconocimientos y trofeos, pero sobre todas las cosas, con el amor y la gratitud de generaciones de cubanos para quienes sigue viva La Voz de Oro del Danzón.
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