Aquí ahora en medio de un país corrupto y podrido en lo medular. Un país conformado por patrones y esclavos, por poseedores y desposeídos, por lobos y corderos.
Michelle Bachelet ha anunciado que hablará sobre su futuro político en fecha cercana, lo que la coloca en la perspectiva de reincorporarse eventualmente a la contaminada vida política del país. Su mutismo de años sobre su probable candidatura a la presidencia, habla claramente en favor de su aceptación de ésta, pues ya no es justificable una negativa de última hora.
Ex presidenta Bachelet
Las encuestas han mostrado de modo contínuo que muchos compatriotas quisieran tener a Michelle Bachelet cómo presidenta de Chile una vez más y no hay duda de que una gran masa ciudadana sigue mirando hacia ella con esperanzas de salvación y reivindicación. Incluso aquellos que no creen en ella, aceptan aún entre dientes, aspectos positivos en su eventual candidatura. Sin embargo, en unos y otros, está siempre presente la Gran Preocupación, la Ansiedad Congénita de los ciudadanos marginados de todo poder y soberanía: ¿será un nuevo gobierno de Bachelet, un renovado “más de lo mismo”? La presencia de la Concertación junto a ella ofrece pocas y muchas dudas al respecto.
Durante la ausencia de Bachelet, el gobierno de Sebatián Piñera ha consolidado la condición del país como basurero deliberado de conceptos como democracia, justicia social, derechos ciudadanos, igualdad de oportunidades, desarrollo humano, bienestar común. Como primer gobierno derechista de carácter “democrático” después de la dictadura, ha corroborado por enésima vez que aquel golpe civil-militar de 1973, planificado y orquestado bajo el eufemismo de “salvar a Chile del comunismo”, tenía como único y auténtico objetivo asegurar el control y la propiedad del capital y de los frutos de la producción nacional para la clase política que históricamente la había administrado. Como en las novelas policíacas hay que pensar en quién iba a ser el beneficiario inmediato del crimen; y por cierto, el móvil del golpe nunca fue la libertad ni la democracia supuestamente amenazadas, sino el logro del poder total y de la hegemonía política que aseguraran el libre y exclusivo acceso de la derecha chilena a la riqueza nacional. Pues, detrás de cualquier falso ideario o presunta filosofía derechista, lo que prevalece finalmente es una codicia sin límites y un grotesco afán por el dinero. He aquí el núcleo fundacional y motriz de la ideología y praxis política derechistas y la causa de la opresión social que le es propia. Tanto el degüello de un opositor civil durante la dictadura como la negativa contumaz a escuchar el clamor estudiantil por una educación pública de calidad en “democracia”, tienen como base el mismo patrón ideológico. Y el objetivo es exactamente el mismo: no admitir otra clase política y social en el control y usufructo de la riqueza nacional.
En una sociedad donde la posibilidad de lucro y de ganancia no existieran, las fuerzas políticas de derecha desaparecerían automáticamente. Del mismo modo las clases sociales, pues la existencia de éstas es consubstancial a una forma antidemocrática de distribución de la riqueza. Por otra parte, el ejercicio hegemónico del poder y la búsqueda desenfrenada del lucro no son sólo ejemplos de corrupción por sí mismos, sino extienden su influencia corruptora hacia toda la sociedad. La corrupción se hace parte del tejido social en todos los niveles y cada vez se hace más difícil para los individuos sustraerse a sus efectos, a tal punto que puede llegar a ser aceptada como factor natural de la realidad. Hoy día, pareciera no sorprender a nadie, la irrupción continuada de escándalos de corrupción y de fraude -agudizada durante el gobierno de Sebastián Piñera- articulados todos ellos en torno al robo puro y simple o al afán desmesurado de lucro por parte de personas y organizaciones vinculadas al poder político y económico.
Esta es una realidad social inspirada, construída y sostenida por la ideología política en el poder durante cuarenta años. La Concertación de Partidos por la Democracia, surgida de la voluntad mayoritaria de la nación y a quien se le asignó la tarea de purificar la vida social y liberarla de cadenas, de crímenes y de corrupción, traicionó sin rubor y sin esfuerzo los propósitos y los intereses libertarios y democráticos de la ciudadanía. Al contrario se hizo parte del negocio del poder, pues para la actual clase política, el ejercicio del poder ha devenido sólo eso: un negocio corporativo que no debe ser modificado.
Henos aquí ahora en medio de un país corrupto y podrido en lo medular. Un país conformado por patrones y esclavos, por poseedores y desposeídos, por lobos y corderos. Como hemos dicho en otras oportunidades: “… vivimos en un modelo económico y político movido por una codicia empresarial y personal sin parangón y totalmente alejado de todo principio ético y de justicia social. Un modelo que expolia a todos los desposeídos por igual sin consideración de sus preferencias políticas, un modelo delineado y estructurado para construir la riqueza extrema de 4459 familias priviliegiadas y de 114 grupos económicos, riqueza que proviene del trabajo, del despojo y de la servidumbre económica de los millones de familias restantes del país. Un modelo de economía de mercado, salvaje e irresponsable, que ha hecho invisible al ciudadano para convertirlo en cambio en mano de obra barata, en cliente, en deudor…”. (En “Por el sentido común, por lo humano, contra la antidemocracia”)
Muchos quieren ser presidente de este podrido país. Y muchos ya se han autoproclamado como candidatos o precandidatos. Ninguno de ellos supone la más mínima posibilidad de modificar las leyes escritas y no escritas que avalan la existencia de tanta corrupción, de tanto peculado y de tanta antidemocracia, pero todos ellos confían en que la rigidez del sistema y la ya tradicional inercia intelectual y política del electorado, ha de favorecer sus posibilidades de ser el gran mandante y beneficiario de la invariable y sostenida putrefacción social y moral del país.
Pero, el movimiento estudiantil y las movilizaciones regionales han puesto en evidencia el surgir de una nueva conciencia politica. Y está claro que : “ … a esta nueva conciencia ya no le basta con políticas elaboradas para evadir toda modificación de las estructuras políticas y sociales del país, ni con iniciativas de protección social que sólo aseguran la perpetuación de la injusticia y la marginación social. Ya no le basta con discursos sibilinos y falaces que no comprometen a nada o que anuncian realizaciones que no serán cumplidas. La nueva conciencia ya no puede seguir aceptando el perpetuo destierro de la justicia y de la ética de la praxis política. El candidato que represente a esta gran masa ciudadana debe expresar de modo claro e inequívoco cómo piensa acometer la transformación social, política y económica del país. Debe aclarar cómo piensa deben restituirse a la ciudadanía sus derechos soberanos… cómo piensa que debe llevarse a cabo la transformación estructural del país y del Estado… cómo piensa que debe ponerse fin a la dictadura constituciónal impuesta a sangre y duelo por la derecha armada. (En “Una candidatura presidencial… ¿para qué?”)
Consecuentemente, el país marginado -que es por cierto, la gran masa ciudadana nacional – necesita en estos momentos de un programa de acción auténticamente democrático y revolucionario y de un líderazgo político que de modo valiente y sin ambages encabece un movimiento social, nacional y políticamente transversal, orientado a lograr la purificación moral y social del país. Para ello no basta por cierto, con alcanzar la presidencia de la República. Es necesario –entre otras cosas- salir a la calle a discutir y elaborar junto a la ciudadanía, los principios políticos y éticos que deben ser el fundamento de la re-organización de la Nación y del Estado y que luego deben ser plasmados en un programa de acción ciudadana, orientados a implantar en Chile el imperio de la RAZÓN, de la ÉTICA y de la JUSTICIA SOCIAL en la gran política nacional. Por tanto, se trata de movilizar al país para reemplazar paulatinamente la fracasada democracia representativa por una democracia crecientemente participativa. Todo esto va mucho más allá de una persona y de un período presidencial, aunque éste podría contribuir seguramente a crear condiciones propicias para dicho objetivo. ¿Puede ser Bachelet quien asuma un desafío semejante?
Es necesario recordar aquí que la identificación de Bachelet con la Concertación es el más grande factor en su contra. La Concertación y el propio gobierno anterior de Bachelet son co-creadores de la descomposición política y moral que se pretende erradicar y sustraer a Bachelet de tal responsabilidad es prácticamente imposible. Es por este mismo motivo, que una importante parte del electorado nacional se abstuvo de participar en la última elección nacional y principalmente los sectores jóvenes del electorado se resisten desde ya a apoyar su postulación presidencial. A pesar de ello, si hemos de creer a las encuestas, Bachelet sigue perfilándose como una figura política capaz de concitar tras de sí un gran y significativo apoyo popular. Y ello no hace más que acrecentar su compromiso con la ciudadanía que durante todos estos años de ausencia ha continuado creyendo en ella.
Creemos que este mismo hecho, acentúa su responsabilidad política ante el país y le concede perspectivas de las que nadie más que ella dispone en este momento. Tan cierto como que la Concertación necesita de Bachelet para su subsistencia, es que Bachelet no necesitaría para nada a la Concertación para agrupar mayoritariamente al país tras de ella. Tan cierto como que la Concertación no representa a nadie, es que Bachelet podría representar a la inmensa mayoría segregada del país. En suma, Bachelet podría asumir posiciones de auténtico liderazgo político si tuviera el coraje de desembarazarse de todo amarre con la corrompida casta concertacionista, de un modo categórico, real y efectivo, lo que significaría la ocasión para la creación de una nueva realidad política en el país. No es posible pensar en una nueva Bachelet, rodeada de desprestigiados escuderos políticos como el senador Escalona (por ejemplo), autodeclarado enemigo público de toda expresión de soberanía ciudadana y popular.
Bachelet podría iniciar una nueva etapa de su vida política, construyendo una confianza renovada en ella por parte de la ciudadanía, a través de un compromiso público, escrito y solemne ante el país, referido a la limpieza y a la purificación política, social y moral que la nación necesita. Un compromiso que junto con separarla de la clase política reinante, otorgue un rol protagónico y relevante a las generaciones jóvenes de estudiantes, de intelectuales, de trabajadores de toda índole, hombres y mujeres; a los organismos regionales, sindicales, étnicos, de jubilados, de profesionales, etc. en la conducción y realización de las tareas renovadores. Se trataría de encabezar una gran movilización ciudadana de carácter nacional ajena a la interferencia de los partidos políticos, cuya gestión podría iniciarse o no con una postulación presidencial, pero cuyo proyecto ético y transformador debe ser acordado con plena participación de la ciudadanía, sin esquivar plebiscitos, asambleas constituyentes u otras formas de expresión ciudadana de carácter soberano. Por tanto, debería asumir su propio ritmo de organización, de gestión y realización.
La mayoría ciudadana vive agobiada por el peso de un egoísmo de clase, planificado, cruel y perverso y por la servidumbre intolerable establecida por la Constitución Política de la dictadura . Frente a esta realidad, la población adolece de un liderazgo político que la represente, que sea capaz de golpear la mesa nacional, de instalar en la discusión pública ideas de renovación ética y social y de señalar caminos para su auténtica liberación. Bachelet podría seguramente asumir dicho liderazgo si así lo quisiera. ¿Puede un político encontrarse por una vez en su vida con una alternativa más trascendente que ésta?
Ignoramos qué piensa Bachelet acerca de la realidad que hemos descrito y cuál es su posición personal frente a ella. Por ahora, sólo cabe esperar de acuerdo a lo anunciado, que ella informe al país si se contentará con aspirar a ser una vez más administradora del pudridero nacional y a insuflarle nueva vida a la irredimible Concertación o aspirará en cambio a asumir el rol histórico de encabezar la lucha por restituir en Chile la soberanía ciudadana, la ética política y social y la creación de una auténtica democracia.
Frente a tales alternativas, es sólo Michelle Bachelet quien tiene la última palabra. Pero la vida no es inmutable y ninguna realidad social depende de las decisiones de una sola persona. El movimiento iniciado por los “pinguinos” en 2006 y refrendado por las movilizaciones del 2011, puede ser paralizado momentáneamente, pero la conciencia de cambio allí levantada no ha sido destruída y sin duda sólo acumula fuerzas en la aparente pasividad. Si no fuere Michelle Bachelet quien enarbole las banderas de la reivindicación ética y social del país, lo serán otros más tarde o más temprano. Pero la defección podría llevar su nombre.
Durante la ausencia de Bachelet, el gobierno de Sebatián Piñera ha consolidado la condición del país como basurero deliberado de conceptos como democracia, justicia social, derechos ciudadanos, igualdad de oportunidades, desarrollo humano, bienestar común. Como primer gobierno derechista de carácter “democrático” después de la dictadura, ha corroborado por enésima vez que aquel golpe civil-militar de 1973, planificado y orquestado bajo el eufemismo de “salvar a Chile del comunismo”, tenía como único y auténtico objetivo asegurar el control y la propiedad del capital y de los frutos de la producción nacional para la clase política que históricamente la había administrado. Como en las novelas policíacas hay que pensar en quién iba a ser el beneficiario inmediato del crimen; y por cierto, el móvil del golpe nunca fue la libertad ni la democracia supuestamente amenazadas, sino el logro del poder total y de la hegemonía política que aseguraran el libre y exclusivo acceso de la derecha chilena a la riqueza nacional. Pues, detrás de cualquier falso ideario o presunta filosofía derechista, lo que prevalece finalmente es una codicia sin límites y un grotesco afán por el dinero. He aquí el núcleo fundacional y motriz de la ideología y praxis política derechistas y la causa de la opresión social que le es propia. Tanto el degüello de un opositor civil durante la dictadura como la negativa contumaz a escuchar el clamor estudiantil por una educación pública de calidad en “democracia”, tienen como base el mismo patrón ideológico. Y el objetivo es exactamente el mismo: no admitir otra clase política y social en el control y usufructo de la riqueza nacional.
En una sociedad donde la posibilidad de lucro y de ganancia no existieran, las fuerzas políticas de derecha desaparecerían automáticamente. Del mismo modo las clases sociales, pues la existencia de éstas es consubstancial a una forma antidemocrática de distribución de la riqueza. Por otra parte, el ejercicio hegemónico del poder y la búsqueda desenfrenada del lucro no son sólo ejemplos de corrupción por sí mismos, sino extienden su influencia corruptora hacia toda la sociedad. La corrupción se hace parte del tejido social en todos los niveles y cada vez se hace más difícil para los individuos sustraerse a sus efectos, a tal punto que puede llegar a ser aceptada como factor natural de la realidad. Hoy día, pareciera no sorprender a nadie, la irrupción continuada de escándalos de corrupción y de fraude -agudizada durante el gobierno de Sebastián Piñera- articulados todos ellos en torno al robo puro y simple o al afán desmesurado de lucro por parte de personas y organizaciones vinculadas al poder político y económico.
Esta es una realidad social inspirada, construída y sostenida por la ideología política en el poder durante cuarenta años. La Concertación de Partidos por la Democracia, surgida de la voluntad mayoritaria de la nación y a quien se le asignó la tarea de purificar la vida social y liberarla de cadenas, de crímenes y de corrupción, traicionó sin rubor y sin esfuerzo los propósitos y los intereses libertarios y democráticos de la ciudadanía. Al contrario se hizo parte del negocio del poder, pues para la actual clase política, el ejercicio del poder ha devenido sólo eso: un negocio corporativo que no debe ser modificado.
Henos aquí ahora en medio de un país corrupto y podrido en lo medular. Un país conformado por patrones y esclavos, por poseedores y desposeídos, por lobos y corderos. Como hemos dicho en otras oportunidades: “… vivimos en un modelo económico y político movido por una codicia empresarial y personal sin parangón y totalmente alejado de todo principio ético y de justicia social. Un modelo que expolia a todos los desposeídos por igual sin consideración de sus preferencias políticas, un modelo delineado y estructurado para construir la riqueza extrema de 4459 familias priviliegiadas y de 114 grupos económicos, riqueza que proviene del trabajo, del despojo y de la servidumbre económica de los millones de familias restantes del país. Un modelo de economía de mercado, salvaje e irresponsable, que ha hecho invisible al ciudadano para convertirlo en cambio en mano de obra barata, en cliente, en deudor…”. (En “Por el sentido común, por lo humano, contra la antidemocracia”)
Muchos quieren ser presidente de este podrido país. Y muchos ya se han autoproclamado como candidatos o precandidatos. Ninguno de ellos supone la más mínima posibilidad de modificar las leyes escritas y no escritas que avalan la existencia de tanta corrupción, de tanto peculado y de tanta antidemocracia, pero todos ellos confían en que la rigidez del sistema y la ya tradicional inercia intelectual y política del electorado, ha de favorecer sus posibilidades de ser el gran mandante y beneficiario de la invariable y sostenida putrefacción social y moral del país.
Pero, el movimiento estudiantil y las movilizaciones regionales han puesto en evidencia el surgir de una nueva conciencia politica. Y está claro que : “ … a esta nueva conciencia ya no le basta con políticas elaboradas para evadir toda modificación de las estructuras políticas y sociales del país, ni con iniciativas de protección social que sólo aseguran la perpetuación de la injusticia y la marginación social. Ya no le basta con discursos sibilinos y falaces que no comprometen a nada o que anuncian realizaciones que no serán cumplidas. La nueva conciencia ya no puede seguir aceptando el perpetuo destierro de la justicia y de la ética de la praxis política. El candidato que represente a esta gran masa ciudadana debe expresar de modo claro e inequívoco cómo piensa acometer la transformación social, política y económica del país. Debe aclarar cómo piensa deben restituirse a la ciudadanía sus derechos soberanos… cómo piensa que debe llevarse a cabo la transformación estructural del país y del Estado… cómo piensa que debe ponerse fin a la dictadura constituciónal impuesta a sangre y duelo por la derecha armada. (En “Una candidatura presidencial… ¿para qué?”)
Consecuentemente, el país marginado -que es por cierto, la gran masa ciudadana nacional – necesita en estos momentos de un programa de acción auténticamente democrático y revolucionario y de un líderazgo político que de modo valiente y sin ambages encabece un movimiento social, nacional y políticamente transversal, orientado a lograr la purificación moral y social del país. Para ello no basta por cierto, con alcanzar la presidencia de la República. Es necesario –entre otras cosas- salir a la calle a discutir y elaborar junto a la ciudadanía, los principios políticos y éticos que deben ser el fundamento de la re-organización de la Nación y del Estado y que luego deben ser plasmados en un programa de acción ciudadana, orientados a implantar en Chile el imperio de la RAZÓN, de la ÉTICA y de la JUSTICIA SOCIAL en la gran política nacional. Por tanto, se trata de movilizar al país para reemplazar paulatinamente la fracasada democracia representativa por una democracia crecientemente participativa. Todo esto va mucho más allá de una persona y de un período presidencial, aunque éste podría contribuir seguramente a crear condiciones propicias para dicho objetivo. ¿Puede ser Bachelet quien asuma un desafío semejante?
Es necesario recordar aquí que la identificación de Bachelet con la Concertación es el más grande factor en su contra. La Concertación y el propio gobierno anterior de Bachelet son co-creadores de la descomposición política y moral que se pretende erradicar y sustraer a Bachelet de tal responsabilidad es prácticamente imposible. Es por este mismo motivo, que una importante parte del electorado nacional se abstuvo de participar en la última elección nacional y principalmente los sectores jóvenes del electorado se resisten desde ya a apoyar su postulación presidencial. A pesar de ello, si hemos de creer a las encuestas, Bachelet sigue perfilándose como una figura política capaz de concitar tras de sí un gran y significativo apoyo popular. Y ello no hace más que acrecentar su compromiso con la ciudadanía que durante todos estos años de ausencia ha continuado creyendo en ella.
Creemos que este mismo hecho, acentúa su responsabilidad política ante el país y le concede perspectivas de las que nadie más que ella dispone en este momento. Tan cierto como que la Concertación necesita de Bachelet para su subsistencia, es que Bachelet no necesitaría para nada a la Concertación para agrupar mayoritariamente al país tras de ella. Tan cierto como que la Concertación no representa a nadie, es que Bachelet podría representar a la inmensa mayoría segregada del país. En suma, Bachelet podría asumir posiciones de auténtico liderazgo político si tuviera el coraje de desembarazarse de todo amarre con la corrompida casta concertacionista, de un modo categórico, real y efectivo, lo que significaría la ocasión para la creación de una nueva realidad política en el país. No es posible pensar en una nueva Bachelet, rodeada de desprestigiados escuderos políticos como el senador Escalona (por ejemplo), autodeclarado enemigo público de toda expresión de soberanía ciudadana y popular.
Bachelet podría iniciar una nueva etapa de su vida política, construyendo una confianza renovada en ella por parte de la ciudadanía, a través de un compromiso público, escrito y solemne ante el país, referido a la limpieza y a la purificación política, social y moral que la nación necesita. Un compromiso que junto con separarla de la clase política reinante, otorgue un rol protagónico y relevante a las generaciones jóvenes de estudiantes, de intelectuales, de trabajadores de toda índole, hombres y mujeres; a los organismos regionales, sindicales, étnicos, de jubilados, de profesionales, etc. en la conducción y realización de las tareas renovadores. Se trataría de encabezar una gran movilización ciudadana de carácter nacional ajena a la interferencia de los partidos políticos, cuya gestión podría iniciarse o no con una postulación presidencial, pero cuyo proyecto ético y transformador debe ser acordado con plena participación de la ciudadanía, sin esquivar plebiscitos, asambleas constituyentes u otras formas de expresión ciudadana de carácter soberano. Por tanto, debería asumir su propio ritmo de organización, de gestión y realización.
La mayoría ciudadana vive agobiada por el peso de un egoísmo de clase, planificado, cruel y perverso y por la servidumbre intolerable establecida por la Constitución Política de la dictadura . Frente a esta realidad, la población adolece de un liderazgo político que la represente, que sea capaz de golpear la mesa nacional, de instalar en la discusión pública ideas de renovación ética y social y de señalar caminos para su auténtica liberación. Bachelet podría seguramente asumir dicho liderazgo si así lo quisiera. ¿Puede un político encontrarse por una vez en su vida con una alternativa más trascendente que ésta?
Ignoramos qué piensa Bachelet acerca de la realidad que hemos descrito y cuál es su posición personal frente a ella. Por ahora, sólo cabe esperar de acuerdo a lo anunciado, que ella informe al país si se contentará con aspirar a ser una vez más administradora del pudridero nacional y a insuflarle nueva vida a la irredimible Concertación o aspirará en cambio a asumir el rol histórico de encabezar la lucha por restituir en Chile la soberanía ciudadana, la ética política y social y la creación de una auténtica democracia.
Frente a tales alternativas, es sólo Michelle Bachelet quien tiene la última palabra. Pero la vida no es inmutable y ninguna realidad social depende de las decisiones de una sola persona. El movimiento iniciado por los “pinguinos” en 2006 y refrendado por las movilizaciones del 2011, puede ser paralizado momentáneamente, pero la conciencia de cambio allí levantada no ha sido destruída y sin duda sólo acumula fuerzas en la aparente pasividad. Si no fuere Michelle Bachelet quien enarbole las banderas de la reivindicación ética y social del país, lo serán otros más tarde o más temprano. Pero la defección podría llevar su nombre.
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